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La luz se sacude el invierno  y aparece 
de a ratos,
como cierta risa temblando en una esquina.
La primer luz de la mañana
amanece con un gesto que intento desterrar
y entre mi risa y tu pecho
aletea un gorrión dormido
La última idea de instinto que me queda en el pecho
para salvarme me dice que no,
que así no se puede seguir respirando
Pero no hay caso:
el otro costado me repite, insistente,
que sabe bien que soy amiga de las causas
Entonces, 
casi rendida
hago lo último que puedo hacer:
pedirle una mano a ese tiempo que reverbera entre las páginas
de cada libro que me abrazó para darme aliento,
y tomo una a uno cada uno de los poemas
que entre alas y hendiduras
entre derrame y vacíos
iluminó mi ventana,
allí donde miro como mis plantas suculentas crecen sin temores
 libradas al azar del tiempo, a lluvia o viento,
a inclemencias de sol o  sombra
resisten, y crecen, porfiadas, irreverentes
sigilosas, resistentes, rebeldes 
sin saber con certeza qué o cuanto necesitan
y así viven, en silencioso perfil bajo, hasta  que un día 
asoma una flor amarilla que refleja
el sol temerario de todos las mañanas



Todas las noches dejo, al borde de la tibieza, una ciudad que habito entre sombras. Repaso sus calles por última vez, con los ojos cerrado...