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          Toda la belleza que aprendimos a nombrar, 
                       alguna vez, 
      fueron sólo palabras
     La quimera imposible de quien pensó 
     que no iba a poder nombrarse el encanto
     Y aún así, 
     cuando tu mirada advierte lo que pasa en el viaje de una libélula,
     entre hojas verdes, al cegar del Sol, con sus alas de comarcas, 
     de cristales diminutos, de márgenes de ríos, 
     no podemos nombrarlo,
     nos quedamos impávidos, como niños mudos ante la magia
     creyendo que todos conocen el truco menos nosotros,
                    y no decimos nada






Todas las noches dejo, al borde de la tibieza, una ciudad que habito entre sombras. Repaso sus calles por última vez, con los ojos cerrado...